sábado, 25 de febrero de 2012

Familia, pareja y ecología psicosocial.

Familia, pareja y ecología psicosocial. 

"La familia es la más adaptable de todas las instituciones humanas: evoluciona y se amolda a cada demanda social. La familia no se rompe en un huracán, como le sucede al roble o al pino, sino que se dobla ante el viento como un árbol de bambú en los cuentos orientales, para enderezarse de nuevo".

                                                (Paul Bohannan,  "Todas las familias felices".-1985).

La familia es la institución paradigmática de la humanidad. El medio singular donde se establecen las relaciones más íntimas, generosas, seguras y duraderas. Los lazos familiares constituyen el compromiso social más firme, el pacto más resistente de apoyo mútuo, de protección y de supervivencia que existe entre un grupo de personas. La organización familiar se establece y perpetúa sobre la base de profundas necesidades emocionales, arraigadas costumbres y poderosas fuerzas socioculturales que se nutren de principios e incentivos económicos, políticos, legales y religiosos.
                        No se conoce otro ambiente social tan pródigo en contrastes, paradojas, conflictos y contradicciones. De hecho, la familia es simultáneamente el refugio donde el individuo se aleja y protege de las agresiones del mundo circundante y el grupo con más alto grado de estrés. El centro insustituible de amor, apoyo, seguridad y comprensión y al mismo tiempo, el escenario donde más vivamente se representan las hostilidades y rivalidades entre los sexos, las tensiones intergeneracionales y las más intensas y violentas pasiones humanas. El hogar es a la vez el foco de la generosidad y la abnegación, y el núcleo de la mezquindad y el interés.
                        En cierto sentido, la institución familiar nos ofrece un punto obligado de referencia, que permite observar y analizar la naturaleza y el comportamiento humanos, la evolución de los procesos psicológicos y sociales más básicos y la lucha de la pareja por una mejor calidad de vida, por su propia realización y supervivencia. Sin embargo, el estudio profundo de la vida familiar es muy dificil. El hogar constituye una de las esferas más íntimas, privadas y ocultas de la existencia humana.
                        A lo largo de la historia, la familia ha evolucionado de acuerdo con los cambios en las costumbres, normas sociales y valores culturales del lugar y de la época. Como institución, ha ido transfiriendo poco a poco sus funciones proverbiales a otros organismos externos especializados que ha creado la sociedad.
                        Hasta hace relativamente poco, el matrimonio era una función necesaria y esencial de la institución familiar. Hoy, sin embargo, se busca antes que nada la relación amorosa. Los demógrafos constatan que en las sociedades occidentales, las parejas contraen matrimonio más tarde que nunca y, cada día, más hombres y mujeres optan por permanecer solteros.Sin embargo en la unión marital, se ha consignado el valor de seguridad y carácter sagrado que aporta a la familia, donde su consigna data desde la Biblia, siendo el hombre y la mujer unidos bajo la bendición de Dios como ya no dos, sino una sola carne, dónde  la mujer ya no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino su marido; y su esposo ya no tiene potestad sobre su cuerpo, sino su esposa. y en la media que se respete dicho pacto, su sanidad en el núcleo familiar construirá lazos fuertes que se reflejarán en todas las áreas. 
                        La familia extensa tradicional, constituida por padres, hijos, abuelos, tíos, primos y sobrinos en cercana convivencia es cada vez menos frecuente (de allí el aumento del deterioro social, aumento de crisis psicológicas, drogadicciones y suicidios) . Como contraste, la familia llamada nuclear, más reducida, autónoma y migratoria, compuesta solamente de padres y pocos hijos, es el caso más común - en España representa el 64% de los hogares -. Entre las nuevas formas de relación familiar en auge se incluyen, además, los matrimonios sin hijos, las parejas que habitan juntas sin casarse, unas con hijos, otras sin ellos; los segundos matrimonios de divorciados que agrupan a niños de orígenes distintos, y los hogares monoparentales de un solo padre, generalmente la madre, bien sea separada, divorciada, viuda o soltera. La rápida proliferación de estos nuevos tipos de familia poco convencionales llama aún más la atención si se tiene en cuenta la lentitud con que la sociedad, sus gobiernos y sus líderes se adaptan a ellos y la escasez de infraestructuras y políticas sociales y económicas que los faciliten.
                        La familia está inmersa en la ecología psicosocial del momento. Su esencia y estructura están impregnadas y moldeadas por los valores culturales de la época. Estos cambios evolutivos dan lugar a que la función y el carácter de la pareja sean constantemente debatidos y escudriñados. Los nuevos modelos de relación de pareja se basan en expectativas de igualdad un tanto idealizadas. Como consecuencia, a la pareja de hoy se le exige no sólo ser mejores amigos, compañeros íntimos y cónyuges sexuales, sino la realización profesional o laboral de ambos fuera del hogar y la mutua participación activa en el cuidado y educación de los hijos.

La figura de la madre.

La imagen emblemática de la madre, esa mujer generosa, omnipresente y resignada, cocinera ideal, ama de casa segura, discreta, sufrida y siempre rebosante de instinto maternal, está siendo vapuleada violentamente en el escenario moral donde hoy se debate la nueva maternidad. Las mujeres occidentales, acosadas por esa figura idealizada de madre, se sienten a disgusto frente a un papel que, aunque quisieran, no pueden desempeñar. Atrapadas entre esa ficción maternal imaginaria, las exigencias de la calidad de vida y las realidades económicas, las mujeres de hoy buscan desesperadamente y a tientas una nueva definición de buena madre.

No obstante, hoy se acepta que las mujeres que viven una relación equilibrada entre la familia y sus ocupaciones, tienen mayores probabilidades de adoptar una disposición constructiva y optimista con sus hijos que aquellas que se sienten atrapadas en su papel de madre o subyugadas en el trabajo.

La figura del padre.

El primer desafío que se plantea un padre es elegir su misión, su papel, la personalidad que va a caracterizar su identidad dentro del ámbito doméstico. Hay padres que escogen el papel del "hombre cazador primitivo" que necesita estar totalmente libre de las responsabilidades de la crianza de los hijos para poder proveer o proteger a la madre y a la prole. Otros representan el personaje del "·rey mago" que, estando casi siempre fuera de casa, nunca retorna al hogar sin traer regalos para todos. Ciertos padres adoptan el modelo del "amigo", del compañero, y no tienen una presencia real hasta que los hijos no son lo suficientemente mayores como para hablar con conocimiento de temas que a él le interesan. Otros desempeñan la misión de "autoridad moral suprema", de gran inquisidor o de juez que dictamina lo que está bien y lo que está mal, carácter que confirma la madre abrumada que, al caer la tarde, advierte a sus hijos traviesos: "cuando llegue vuestro padre os vais a enterar". Aunque estos papeles pueden diversificarse, superponerse o conjugarse en un solo patrón de paternidad, todos coinciden en una característica: el ejercicio de la responsabilidad paterna a distancia, la cobertura, la protección, y la figura a seguir para los varones de la familia; los cuales cuando empiezan su despertar luego de los 13 años, deben contar con la guía paterna para diferenciar el interés por el mundo femenino que empieza a rondar en su mente, y el cual necesita de ese acompañamiento paterno, de la buena comunicación para no desviar sus instintos; sin olvidar que los jóvenes por mucho que se les instruya, siempre aprenden por ejemplo e imitación de su figura paternal. 

En la vida cotidiana, el padre es el eslabón débil de la cadena afectiva que enlaza a los miembros del clan familiar. A lo largo de la historia del hogar, los padres han brillado, sobre todo por su ausencia. Cada día hay más niños que son criados solamente por la madre. En Estados Unidos, un 23% de los menores de 18 años viven actualmente solo con la madre, el doble que hace veinte años. En España, en 1991 había 242.000 familias monoparentales configuradas principalmente por mujeres solas con hijos menores de 18 años a su cargo. Por otra parte, estudios recientes indican que incluso en hogares donde el padre está presente, éste no pasa con los hijos por término medio más de 1/3 del tiempo que la madre.

Existen diversas razones de ausencia tangible del padre: la muerte, la deserción del hogar, la paternidad ilegítima, la separación o el divorcio. La desaparición del progenitor es siempre traumática para el hijo. la ausencia paterna por otras causas, incluyendo la ruptura de la pareja, es considerada por los niños un rechazo evitable, y produce confusión, angustia, culpa, rabia y emociones profundas de desprecio o de abandono. en el fondo, todos los padres vistos por sus hijos se parecen. Todos son grandes de tamaño. Todos presumen ante los hijos de alguna virtud masculina. Todos imponen una tradición de conducta, de mandamientos, de ritos, y de prioridades. Todos se distinguen por impartir instrucciones; instrucciones a través de órdenes, de lecciones o de anécdotas. Todos se caracterizan por sus conversaciones breves y entrecortadas, diálogos en los que generalmente se dice poco, sobre todo en el caso de los hijos varones, en las charlas "de hombre a hombre". Todos, en fin, son sin saberlo, el objeto de una obsesión silenciada, conflictiva e irresistible en los hijos que a menudo dura toda la vida. Hasta el padre ya muerto mantiene su poder de influir a través de los recuerdos. Su imagen se conserva como una foto congelada que define al hombre, y , en cierto sentido, a la especie humana, para siempre.
Para el niño y la niña resultan vitales las primeras señales de aprobación, de reconocimiento y de afecto que les comunica el padre - unas veces de forma activa y otras meramente con su presencia -, porque constituyen la fuente más importante de seguridad, de autoestima y de identificación sexual. En el caso del hijo, entre estas tempranas escenas idílicas, se entrometen inevitablemente sombras inconscientes e inexplicables de celos, de competitividad, de resentimiento, y de miedo.
La relación entre el padre y el hijo lleva implícita una gran carga de sentimientos opuestos, de cariño, y de rivalidad, de confianza y de temor, de intimidad y de recelo, de amor y de odio.
En general, los hijos y las hijas necesitan el modelo paterno para formar su yo, para consolidar su identidad sexual, para desarrollar sus ideales y sus aspiraciones, y en el caso del hijo varón, para modular la intensidad de sus instintos y de sus impulsos agresivos. De hecho, muchos de los males psicosociales que en estos tiempos afligen a tantos jóvenes - la desmoralización, la desidia o la desesperanza hacia el futuro -, tienen frecuentemente un denominador común: la escasez de padre. Esta necesidad no satisfecha provoca en los hombres y mujeres adultos un sentimiento crónico de vacío y de pérdida, una gran dificultad para adaptarse al medio social y para relacionarse de forma grata con figuras paternales o de autoridad. Estado que no se disipa y que a su vez, ellos arrastran en silencio a sus relaciones de pareja, o de familia, y transmiten sin saberlo de una a otra generación.
En cierto sentido, los mitos, y las expectativas de nuestra cultura han colocado al padre ante una trampa insalvable: para que el hombre sea considerado "buen padre" tiene ante todo, que satisfacer su función de proveedor, lo que le obliga a pasar la mayor parte del tiempo fuera de la casa. Pero, al mismo tiempo, su ausencia del hogar tiende a producir en los niños problemas de carencia afectiva, confusión de identidad e inseguridad. Sin embargo, cada día hay más padres que sinceramente optan por un papel más activo y más tangible en la familia y sienten que, si fueran libres de escoger entre su ocupación profesional o dedicarse al hogar, elegirían lo último. Los padres se deshacen poco a poco de una imagen dura, distante y anticuada, y se convierten en seres más hogareños, expresivos, afectuosos, vulnerables y, en definitiva, más humanos.

Ante el miedo que muchos hombre experimentan, en el aflorar sus sentimientos y expresar sus emociones, se encierran en un mundo de aislamiento e indivdualismo que de alguna manera, puede generar la implantación de un patrón egoísta y ruptura en los lazos familiares y de pareja, ya que siempre se les enseñó la idea errónea, que los hombres no lloran y ante cualquier expresión de emocionalidad, sensibilidad y sentimentalismo, se estaría demostrando un toque de debilidad y femininidad. Que gran error!.

En conclusión, en la medida que cada uno dentro de la familia, aprende a expresar sus emociones, dando cabida a que el amor fraternal y conyugal crezca cada día, en busca de ser ejemplar ante ellos mismos, de fortaleza y de alimento emocional, cada vez se podrán enfrentar de mejor manera las situaciones que el mundo de "afuera" ofrece; ya que el en el hogar donde se retroalimentar la confianza, el amor, la armonía, que puede construir fortalezas en tiempos problemáticos. Es una tarea de aprender cada día a generar valor en los lazos de familia, ya que es allí, donde el ser humano se constituye fuerte y seguro para enfrentar la vida.